Los animales, el medio ambiente y las comunidades rurales pagan un alto precio por el bajo coste de la carne.
Por Peter Singer
Existe un consenso cada vez mayor respecto a que la crianza intensiva de animales – también conocida como OAAC, o Operaciones de Alimentación de Animales Concentradas – es moralmente incorrecta. El movimiento americano por los derechos de los animales, que se centró en sus primeros años en los animales destinados a la experimentación, se ha dado cuenta de que la ganadería industrial representa, con diferencia, el mayor maltrato a los animales. Las cifras hablan por sí solas. En los Estados Unidos, entre 20 y 40 millones de aves y mamíferos son matados cada año para su uso en experimentación. Esto puede parecer mucho – y excede de largo el número de animales matados por sus pieles, por no decir el relativamente reducido número utilizado en los circos – pero 40 millones de muertes representan menos de dos días de matanzas en los mataderos de América, que asesinan cerca de cien mil millones de animales al año.
Una aplastante mayoría de estos animales han pasado su vida entera confinados en establos, sin haber salido al exterior ni por una hora. Su sufrimiento no es sólo de unas horas o días, sino de una vida entera. Las hembras de cerdo y ternera son confinadas en jaulas metálicas demasiado estrechas como para darse la vuelta, mucho menos para dar unos pasos. Las gallinas ponedoras son incapaces de desplegar sus alas debido a que sus jaulas son demasiado pequeñas y pobladas. Sin nada que hacer en todo el día se frustran y se atacan las unas a las otras. Para prevenir pérdidas, los productores cortan sus picos con una navaja al rojo vivo, cortando a través de nervios muy sensibles.
Los pollos, criados en naves que alojan a 20.000 aves, son cebados para que crezcan tan deprisa que muchos desarrollan problemas en sus extremidades debido a que sus huesos inmaduros no son capaces de soportar su propio peso. El profesor John Webster, de la Escuela de Ciencia Veterinaria de la Universidad de Bristol, afirmó: “Los pollos sufren un dolor crónico durante el último 20 por ciento de su vida. No se mueven, no porque haya demasiados, sino porque al hacerlo les duelen las articulaciones.”
A veces se quiebran sus patas, lo que les lleva a morir de hambre al no poder alcanzar la comida. Obviamente, los productores no pueden vender estos animales pero, a nivel económico, les sigue saliendo a cuenta utilizar razas que crezcan monstruosamente rápido. Tal y como apuntaba un artículo en una publicación de la industria, unos “simples cálculos” llevan a la conclusión que a menudo “es mejor llegar al peso e ignorar la mortandad.” Otra consecuencia de la genética de estas aves es que las aves criadoras – los padres de las que se venden en los supermercados – están constantemente hambrientas debido a que, a diferencia de sus crías, que son asesinadas con tan solo 45 días de vida, han de vivir lo suficiente para alcanzar la madurez sexual. Si se les suministrase todo el alimento que están programadas para comer, pronto estarían grotescamente obesas y morirían o serían incapaces de aparearse. De modo que el alimento es estrictamente racionado, lo que las deja buscando constantemente comida en vano.
La oposición a la ganadería industrial, algo antes asociado básicamente a los activistas por los derechos de los animales, es ahora compartida por muchos conservadores, entre ellos Matthew Scully, un antiguo escritor de discursos para la presidencia de George W. Bush en la Casa Blanca y autor de Dominion: The Power of Man, The Suffering of animals, and the Call to Mercy (“Dominio: el poder del hombre, el sufrimiento de los animales y la llamada a la compasión”). Desde el punto de vista de Scully, aunque Dios nos ha concedido el “dominio” sobre los animales, deberíamos ejercer ese dominio con compasión, y la ganadería intensiva no puede hacerlo. Los escritos de Scully han recibido el apoyo de otros conservadores, como Pat Buchanan, editor del “The American Conservative”, que dio tratamiento de portada al ensayo de Scully, Fear Factories: The Case for Compassionate Conservatism – for animals (“Fábricas del miedo: la causa de un conservadurismo compasivo para los animales”) y de George F. Will, que usó su columna en el Newsweek para recomendar el libro de Scully.
Nada más y nada menos que una autoridad religiosa como el Papa Benedicto XVI ha declarado que el “dominio” humano sobre los animales no justifica la ganadería industrial. Cuando era jefe de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica, el futuro Papa condenó “el uso industrial de las criaturas, de tal modo que las ocas son alimentadas para hacer que sus hígados crezcan lo máximo posible, o las gallinas viven tan amontonadas que acaban convirtiéndose en meras caricaturas de aves”. Esta “degradación de los seres vivos a meros artículos de consumo” le parecía “contradecir la relación de reciprocidad que queda recogida en la Biblia”.
Hay personas que creen que la ganadería industrial es necesaria para alimentar a la creciente población de nuestro planeta. Lo cierto es que, de hecho, sucede justo al contrario. No importa lo eficiente que llegue a ser la producción intensiva de cerdo, vaca, pollo, huevos o leche, en el sentido estricto de producir más carne, huevos o leche por libra de grano con que ha sido alimentado el animal; criar animales a base de cereales sigue siendo un despilfarro. Lejos de aumentar la cantidad total de alimento disponible para el consumo humano, hace que disminuya.
Una operación de alimentación de animales concentrada es, tal y como su nombre indica, una operación en la que concentramos a los animales y los alimentamos. A diferencia del ganado vacuno u ovino que pasta en el campo, éstos no se alimentan por sí solos. Aquí se halla el problema medioambiental fundamental: cada OAAC depende de las tierras de cultivo, donde crece el alimento que comen los animales. Debido a que los animales, incluso estando confinados, usan gran parte del valor nutricional de su comida para moverse, mantenerse calientes y formar huesos y otras partes no comestibles de su cuerpo, toda la operación es una forma ineficiente de alimentar a los humanos. Supone una mayor demanda al medio ambiente en términos de tierra, energía y agua que otras formas de ganadería. Sería más eficiente usar las tierras de cultivo para hacer crecer alimentos para los humanos.
La ganadería industrial, dominada de manera abrumadora por grandes multinacionales como Tyson, Smithfield, ConAgra y Seaboard, ha contribuido a la despoblación de las zonas rurales y al declive de la granja familiar. No tiene nada a su favor, excepto que produce comida que es, en el punto de venta, barata. Pero por ese bajo precio, hace pagar considerablemente a animales, al medio ambiente y a las comunidades rurales.
Afortunadamente hay alternativas, incluyendo llevar una dieta vegana, o la compra de productos animales cuyos productores permitan que sus animales salgan fuera y vivan una vida mínimamente decente. Es el momento de cambiar nuestros valores. Mientras nuestra sociedad se centra en temas como el matrimonio homosexual y el uso de embriones para la investigación, estamos pasando por alto una de las grandes cuestiones morales de hoy en día. Deberíamos ver la compra y el consumo de productos de granjas industriales, ya sea por parte de un individuo o por una institución como una universidad, como una violación de los más básicos estándares éticos sobre cómo deberíamos tratar a los animales y al medio ambiente.
Peter Singer es filósofo y profesor de bioética de la Universidad de Princeton y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Melbourne.
Mas Artículos de: AnimaNaturalis AQUI...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario