El cinismo como estrategia
Benedicto Ruiz Vargas.
Uno de los mecanismos ideológicos y políticos que utilizó el PRI durante su larga estadía en la presidencia para combatir a sus opositores fue acusarlos de atentar contra la estabilidad del país, romper la unidad nacional, violentar la ley y socavar a las instituciones, entre otros muchos recursos por supuesto.
Mediante estos mecanismos el PRI logró encubrir por más de setenta años un gobierno autoritario y excluyente, en manos de un grupo político minoritario que se había apropiado del poder político y que se reciclaba cada seis años en un ritual conocido por muchas generaciones.
Para que esta fachada no resultara burda y evidente ante los ojos de la población, los gobiernos priistas organizaban cada seis años elecciones nacionales para elegir al presidente de la República en turno; lo mismo hacían en los estados y municipios, así como en sus gremios corporativos y en el mismo partido.
Cuando por alguna coyuntura especial los grupos opositores amenazaban con conquistar un gobierno local, o incluso la presidencia, el PRI siempre tuvo a la mano un recurso incontrovertible: el fraude en nombre de la patria, o lo que es lo mismo el PRI nunca perdía y, cuando perdía, arrebataba.
En nombre de la patria y la soberanía popular, pero también de las instituciones y la legalidad, el PRI estableció en los hechos toda una escuela y un acervo de conocimientos en torno a cómo burlar el voto de la población y obtener siempre la victoria.
De ese bagaje proviene lo que hoy conocemos como urnas embarazadas, padrones rasurados, saqueo de votos, operaciones carrusel, caídas del sistema y todo un conjunto de mecanismos de captación y compra de votantes, de vigilancia y operación de las casillas y, en los casos extremos, de robo de urnas a punta de pistola.
Si los opositores denunciaban el fraude o la falta de limpieza en las elecciones o cuestionaban la legitimidad de las autoridades emanadas de esos comicios, el PRI y los gobiernos de ese partido se defendían recurriendo a la estabilidad del país y el respeto a las leyes, la paz y la armonía social, amenazada por la violencia de los disidentes y por una oposición irresponsable alentada por intereses extraños y antipatrióticos. Si eso no era suficiente para acallar esas voces, estaba siempre el recurso de la violencia, la cárcel y la represión. Así durante décadas.
Hoy, en otro contexto social y político, el PAN y la presidencia encabezada por Vicente Fox están haciendo exactamente lo mismo, con algunos matices distintos pero en esencia bajo la misma lógica del poder autoritario y la preservación, a toda costa, del poder político.
Es impresionante cómo el PAN y sus grupos fácticos de apoyo hablan en nombre de la democracia, de las instituciones y el respeto a la ley, la estabilidad del país y de la limpieza de las elecciones, mientras torpedean el entramado institucional y violentan los procedimientos formales de la democracia electoral.
Es impresionante cómo el PAN, la presidencia y los grupos de poder económico hablan de diálogo y de la unidad nacional, mientras todos ellos denigran y agreden a sus adversarios, estigmatizan de manera vulgar la figura de López Obrador y alientan como nunca (ni siquiera en los tiempos del PRI) el odio y la violencia entre los seguidores de cada partido, promoviendo el prejuicio y el racismo en la base de la sociedad.
Para todos ellos, los adversarios políticos, López Obrador y sus simpatizantes, son locos desquiciados que están en contra de las instituciones, en contra de la ley y la paz social, seres violentos que no saben reconocer los avances y el progreso de México, la pureza de las elecciones y la honradez de sus funcionarios; gente que no sabe dialogar y escuchar, muy distante de la izquierda civilizada y que reniega de la democracia y sus reglas formales.
Este es el nuevo discurso psiquiátrico del poder para encubrir el nuevo autoritarismo y negar la pluralidad política e ideológica del país, pero también el nuevo discurso para aplastar a la disidencia.
Después de que el PAN y Vicente Fox, utilizando todo el poder de la presidencia, promovieron el desafuero de López Obrador como un recurso político para impedir su participación en las elecciones, y luego siguieron con su guerra sucia en la campaña presentando al candidato opositor como “un peligro para México” y al final siguieron con un proceso confuso y desaseado en el conteo de los votos; ahora, cínicamente, llaman a combatir la violencia y la inestabilidad de las instituciones. “No jueguen con fuego” les dice Fox, el principal artífice del vacío institucional y la falta de reglas claras.
Lo mismo pasa con Felipe Calderón, pues mientras hace llamados a la paz y a la unidad nacional acusa a los perredistas de “la confrontación, el desconocimiento de las instituciones...de la agresión verbal permanente”. En el colmo del cinismo, Calderón los acusa de “sembrar la cizaña, el rencor y el odio de los mexicanos”. Sin tener idea de lo que afirma ha dicho lo siguiente: “Nuestros adversarios políticos y nosotros debemos asumir que la hora de la discordia es antes del voto (sic), después es la hora de sumar y no es el momento del contraste” (El Universal 17/8/06).
Lo que Fox y el PAN ignoran o no quieren reconocer es que un país no se reconcilia sobre la base del odio y el rencor que ellos han promovido como estrategia para retener el poder. He aquí el fracaso anticipado de una posible imposición y del nuevo autoritarismo que representan.
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